Andrés Cardenete

Scrip·tor (n.)

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SOBRE MÍ

En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental de mi vida fue en el que aprendí a escribir. Aquello marcó el resto.

Cuando calzaba nueve años ya golpeaba torpemente las teclas de una vieja Olivetti que mi padre conservaba en su despacho y que daría algún órgano interno por recuperar, pues se extravió en algún rincón del mundo. En ella emulaba las historias de Tintín o de Los cinco e imaginaba mis primeras aventuras. 

Con los años acabé la carrera de Periodismo y logré vivir de escribir, ya sea relatando los sucesos reales que contábamos a los oyentes en la SER, en columnas de opinión de periódicos y blogs o como redactor creativo en agencias de publicidad.

Mi relato Stari Most fue premiado como finalista del Certamen Entrelibros y he publicado otro libro de relatos llamado Púgiles de tinta que se encuentra en período de reedición de cara al lanzamiento de su segunda edición.

Aquí escribo sin ataduras ni complejos, con la misma ilusión -y a menudo torpeza- que aquel niño de nueve años que aporreaba las ruidosas teclas de aquella vieja y perdida máquina de escribir.

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RELATOS »

Otro cuento de Navidad

Otro cuento de Navidad

La Navidad agriaba su carácter. Las emociones que propiciaban tal circunstancia eran tan antiguas como la consciencia que tenía de sí mismo. Aunque los motivos eran evidentes para los que conocían su biografía, él no entendía cómo los demás no compartían su desprecio...

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Historia de un relato de verano

Historia de un relato de verano

Descubrió que podía escribir. Aunque confundiera las uves con las bes o las ubes con las ves, o no tildara bien las palábras, sólo necesitaba un lápiz y un papel para poder escribir. Y así hizo. Al poco de empezar también descubrió que escribir le hacía sentirse como...

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Lo más oscuro del infierno

Hoy es el día más importante de tu vida. Es curioso como a veces se te olvida que lo más importante de la vida es la muerte. A mí no, yo lo aprendí el 31 de octubre de 1996, en la fiesta de mi quince cumpleaños. Aquella mañana Linares se había despertado barrida por un cálido y denso viento, como si una bocanada del mismísimo diablo quisiera robarle el alma a los moradores de la ciudad. Todo empezó en el día en que celebrábamos en familia mi quince cumpleaños.

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CUENTOGRAFÍAS »

Ingrid y Humphrey

Ingrid y Humphrey

Afortunadamente, amigos, perdí esas gafas días después en cualquier cafetería de La Provenza. Mi vida mejoró desde entonces. Dicho esto. El mozuelo de la foto soy yo mismo. No me voy a castigar calculando la edad, pero sabemos que es a la que deberías estar pasándote...

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¿Vacío?

¿Vacío?

Os iba a contar que el banco de la foto está, en realidad, vacío. Quizás en otro banco cualquiera podríamos ver una persona, pero en este de la foto no. Aunque parezca que estoy sentado sobre él, son las características del propio banco las que lo vacían de contenido....

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Ooooommm

Ooooommm

Este niño que hace como que medita, fantasea con que es un madurito/resultón/sexi y a veces habla de sí mismo en tercera persona -por tensión narrativa- cumple 42 años en un mes exacto. Ni demasiado joven para su desgracia ni demasiado mayor para no haber aprendido un...

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ALMAS ROTAS

ALMAS ROTAS

Inocentes encerrados. Ansias de libertad que se estrellan contra jaulas transparentes. ¡Cuánto futuro en la esquina inferior izquierda de la fotografía! ¡Cuánta vida malgastada en la parte superior! Me pregunto si el niño que sujeta el juguete contra el cristal...

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COLUMNAS DE OPNIÓN »

¡Por tu culpa!

Eres rojo. Así que te habrán dicho que la culpa de todo es tuya. O a lo mejor te han señalado como causante de todos los males porque eres facha. Normal. O no. Porque igual te importa un carajo todo y ni votas; y estás en lo que la cool tertuliano-política llama desideologización. Menudo palabro. Así que no te preocupes. Para alimentar tu complejo de culpa te habrán dicho que esa posición conlleva, en realidad –y aunque tú no lo sepas, iluso–, una enorme carga ideológica. En ese caso, dependiendo de qué elemento viviente tengas enfrente, serás facha o rojo, a conveniencia. Da igual, realmente. Lo importante es que también acabes siendo el responsable de todos los males. Es curioso cómo evolucionan algunas sinonimias: uno puede decir hoy males, como puede decir complejos, frustraciones o anhelos inalcanzados de quien acusa. Si en un habilidoso truco de malabarismo social, o incluso en un milagro obrado por lo que creas que es Dios, lograses no entablar relaciones con otros humanos, no se lo fíes muy corto a tu fortuna. Podrás no hablarles, pero da igual. Para acusar sólo tienen que señalarte. Algo serás, digo yo: inmigrante con o sin papeles, empresario, animalista, madre soltera, católica practicante, enfermero en tiempos de la Covid-19, aristócrata, periodista, mendigo, demasiado guapa, aburguesado, padre o madre homosexual, conductor de Cabify, gordo, transexual, médico sindicalista, feminista, taxista, apóstata, millonario… Algo serás para tener la culpa de nuestros complejos, nuestras frustraciones o nuestros anhelos inalcanzados. Algo tendrás que ser para justificar los aciertos y errores de quien gobierne. Algo tendrás que ver con la crispación ciega de la oposición. ¿Quién si no va a tener la culpa de tener unos políticos que no nos merecemos? ¿O qué? En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental de mi vida fue en el que aprendí a escribir. Aquello marcó el resto. Cuando calzaba...

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La importancia del enroque

El tiempo y el cariño es el precio más alto que se cobra la muerte. Piensa bien tu próximo movimiento sobre el tablero, podría darle ventaja. En ‘El séptimo sello’, de Ingmar Bergman, mientras una epidemia de peste amenaza a los personajes, la muerte concede al caballero de las cruzadas Antonius Block una prórroga en la que ambos juegan una singular partida de ajedrez. Durante su conversación con la parca, Block llega a una lúcida y triste conclusión: «He gastado mi vida en diversiones, viajes, charlas sin sentido. Mi vida ha sido un continuo absurdo. Creo que me arrepiento. ¡Fui un necio! En esta hora siento amargura por el tiempo perdido, aunque sé que la vida de casi todos los hombres corre por los mismos cauces. Por eso quiero emplear esa prórroga en una acción única que me de la paz». La muerte responde y revela a Block su propia trampa: «Es por lo que juegas al ajedrez con la muerte…». La partida que Block creía que acababa de comenzar había empezado mucho antes. Siempre estuvieron sentados frente a frente. Como lo está cualquiera. Como lo estás tú o como lo estoy yo. Escena de la película El séptimo sello. En la prórroga final, Block ansiaba esa acción que le diera la paz. Tal vez cuando lleguen esos instantes finales, usted o yo podamos recaer en las deudas que quedaron sin saldar, en las disculpas que rogar o en los amores por declarar. Cualquier acción que a usted o a mí nos traiga paz. O podemos llamarlo felicidad. Durante estas semanas «entre paredes» he visto cómo muchos han recuperado el contacto más cercano con la familia, el placer por aficiones como la lectura, la pintura o la música; el recogimiento de poder estar tiempo contigo mismo y descubrir que, en realidad, no hay mejor compañía; el lujo que es tener tiempo para jugar con tus hijos. Todas esas acciones únicas que nos traen la paz que ansiaba Block. «Tal vez en esos instantes finales uno puede recaer en las deudas que quedaron sin saldar, en las disculpas que rogar o en los amores por...

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El vencecanguelos

Aquel día yo seguía siendo un niño bueno, como cualquiera que tuviera la edad para cursar 3º de EGB. Sin embargo, alguna trastada inocente tuve que hacer para que la seño Anamari me expulsara de clase y me mandara castigado a la biblioteca. Había algunos profesores que siempre nos amenazaban con eso. “Como sigas así te mando a la biblioteca”, decían. Así, en el imaginario colectivo de mi clase, todos pensábamos que ir a la biblioteca era como adentrarse en el averno. Salí de clase como quien se dirige al patíbulo y, mientras atravesaba filas de pupitres, sentí en mi nuca las miradas inquietas de Jacobo, Pablo, Ana, Raúl, y el resto de amigos de curso que, quién sabe, imaginaban que jamás volverían a verme. Incluso mi primo Monty, que siempre se sentaba el último, me dijo entre dientes “huye”. Pero, ¿a dónde iba a ir? Tenía que afrontar mi incierto destino. Abrí la puerta de la biblioteca con ganas de llorar y me senté en una de las grandes mesas a la espera de que un verdugo entrara en cualquier momento y me dijera “te toca”. Pero pasaban los minutos y no entraba nadie. Desvanecido el susto me puse a explorar las estanterías y me topé con este libro de El Barco de Vapor: ‘Aniceto, el vencecanguelos’. El tiempo pasó volando a través de las múltiples aventuras de Aniceto y sus amigos. Con él empezó todo: Tintín, Mortadelo y Filemón, La Isla del Tesoro, Las Aventuras de Sherlock Holmes y así hasta el último libro que he leído. La seño Anamari me enseñó, sin ella pretenderlo, que se pueden vivir aventuras inimaginables sin salir de una habitación. Jamás volví a portarme bien en sus clases. Lo que sufrió, la pobre. En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental de mi vida fue en el que aprendí a escribir. Aquello marcó el resto. Cuando calzaba nueve años ya golpeaba torpemente las teclas de una vieja Olivetti que mi padre conservaba en su despacho y que daría algún órgano interno por...

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Exiliados de extrarradio

En las hamacas de la playa ya nadie lee a Fernán Caballero. Guillermo avanza con dificultad entre los flotadores, las colchonetas hinchables y los grupos de británicos que, sentados con cervezas y torsos desnudos en las escaleras, inundan el portal de su bloque, antes un reconocido edificio del centro de Málaga convertido hoy en una especie de improvisado albergue, alfombrado de arena y salitre, para turistas. Allí no quedó hueco para Emilia, una joven profesora de primaria en un colegio de la capital, que recorre cada día los 30 kilómetros que separan Pizarra de su puesto de trabajo porque se negó a pagar 600 euros por un apartamento de un dormitorio y 40 metros cuadrados con vistas hacia adentro. El ruido de las trolleys sobre el empedrado del casco antiguo desconcentra a Teresa que, sentada en la terraza de una cafetería, se desayuna con el periódico del día. Está a punto de leer que hay ciudades que sólo tienen vistas hacia afuera. Es donde está el oro del extranjero. A falta del propio, concluye para sí mientras saborea una ración de churros de a euro la porra, mejor hipotecarse con los Midas de Magaluf. A su lado, los operarios borran el verde de la línea que enmarca la zona exclusiva de aparcamiento para residentes y que en unas horas será azul progreso. El futuro colocará cinco estrellas hosteleras en la bandera de Andalucía, Baleares, Barcelona o Madrid y vendrán auditores de calidad ISO a comprobar que no hay sábanas sucias en la casa que heredamos de la tía. Pero no les podremos acompañar durante la visita; las llaves estarán en el despacho del concejal de turismo. Nosotros seremos ex residentes exiliados que lamentarán no haberse dado cuenta antes, cuando dejaron de escribirse novelas costumbristas. En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental de mi vida fue en el que aprendí a escribir. Aquello marcó el resto. Cuando calzaba nueve años ya golpeaba torpemente las teclas de...

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Andaluz, en serio

Soy andaluz (como Séneca, como Picasso, como María Pineda) y me gusta la playa, disfrutar del sol, de la calle y del chiringuito. Aunque entiendo que te resulte gracioso mi acento, a veces hablo en broma y a veces te hablo en serio. Soy andaluz (como María Zambrano, como Antonio Muñoz Molina, como Trajano), de un tierra labrada por los que la sudan cada día para regalar a la vista mares de olivos, campos de trigo, hileras de viñedos; y donde también florece la cultura en teatros, auditorios, conservatorios y en más de once universidades llenas de alumnos, catedráticos y doctores. La mayoría muy buenas; algunas excelentes, como la Universidad de Granada que ocupa el tercer lugar de las mejores de España en el Shanghai ranking. Soy andaluz (como Lola Flores, como Bécquer, como Federico Garcia Lorca) y cuando surge una fiesta nunca falta una guitarra, pero cuando no surge tengo en casa una biblioteca para elegir entre Gabriel García Márquez, Conrad, Cervantes, Dickens, Kapuscinsky, Conan Doyle… Soy andaluz (como Juan Ramón Jiménez, como Velázquez, como Camarón de la Isla) y canto fatal. No escucho flamenco, bailo sevillanas regular tirando a mal y no me gustan las procesiones de Semana Santa, pero me han emocionado cien cantaores, disfruto con los amigos en las casetas de la feria y me sigue cautivando el rachear de los pasos de los costaleros sobre el asfalto. Soy andaluz (como Bernardo de Gálvez, como Elvira Lindo, como Antonio Machado) y trabajo ocho horas diarias. Prefiero gastar días de mis vacaciones disfrutando con mi familia y mis amigos del ambiente de la feria o de la Semana Santa, pero que eso no te engañe: en mi ciudad y en mi comunidad autónoma hay los mismos días festivos que en el resto de comunidades y ciudades de España. Soy andaluz (como el emperador Adriano, como Murillo, como Alberti) y tengo la suerte de poder gozar a diario de vistas adornadas con los vestigios que dejó la gran plaza pública que fue, ejemplo de convivencia entre culturas, puerta...

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La posverdad tiró el jarrón

La posverdad es una mentira; una rotunda falacia que se alimenta de la duda. Que en 2016 se convirtiera en la palabra del año de la clase política generalista dice mucho y nada bueno. Sin embargo, no es en este caso el significante el que otorga existencia al significado. Tengo un primo en Extremadura, por ejemplo, que llevaba abotonando su camisa hasta la nuez, en continuidad con su larga barba, un lustro antes de que sus amigos le empezaran a llamar hipster. De igual manera, la posverdad ya existía cuando los padres llegaban a casa y el jarrón se había “roto sólo”. Nadie más que el niño se encontraba allí cuando la pelota lo derribaba y se hacía añicos contra el suelo. Mi posverdad, por tanto, no es más que una mentira cualquiera de la que sólo yo puedo estar seguro. Lyndon Johnson fue un candidato al Congreso de los Estados Unidos que, en plena carrera electoral, le pidió a su asesor de campaña que hiciera correr el bulo de que su principal adversario fornicaba con cerdos. Su asesor tachó la idea de descabellada y le contestó que nadie iba a creerse eso. La respuesta de Johnson fue tajante: “Lo sé, pero quiero ver como lo niega”. Sembrar la duda es lo que convierte a una mentira en posverdad. Pero la etiqueta es lo de menos. Una mentira siempre es una mentira: el adversario de Johnson jamás fornicó con un cerdo. Si ahora usted está pensando que “eso nadie lo sabe realmente”, ya conoce la fuerza de una posverdad. Cuando Donald Trump dice que los medios mienten… En España, Podemos se ha convertido, entre otras muchas cosas, en una refinada fábrica de posverdades defensivas. Han tenido la capacidad de perfilar tanto el sistema, que ni siquiera tienen que empañar a sus portavoces y canales oficiales. Se sirven de sus hordas de creyentes a los que piden a través de canales soterrados (Telegram, principalmente) que siembren la duda. O, mejor dicho, ni siquiera se lo piden: un breve mensaje o un enlace es suficiente para que las redes sociales se llenen de feligreses...

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SOBRE MÍ

En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental de mi vida fue en el que aprendí a escribir. Aquello marcó el resto.

Cuando calzaba nueve años ya golpeaba torpemente las teclas de una vieja Olivetti que mi padre conservaba en su despacho y que daría algún órgano interno por recuperar, pues se extravió en algún rincón del mundo. En ella emulaba las historias de Tintín o de Los cinco e imaginaba mis primeras aventuras. 

Con los años acabé la carrera de Periodismo y logré vivir de escribir, ya sea relatando los sucesos reales que contábamos a los oyentes en la SER, en columnas de opinión de periódicos y blogs o como redactor creativo en agencias de publicidad.

Mi relato Stari Most fue premiado como finalista del Certamen Entrelibros y he publicado otro libro de relatos llamado Púgiles de tinta que se encuentra en período de reedición de cara al lanzamiento de su segunda edición.

Aquí escribo sin ataduras ni complejos, con la misma ilusión -y a menudo torpeza- que aquel niño de nueve años que aporreaba las ruidosas teclas de aquella vieja y perdida máquina de escribir.

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