Sólo un espejismo

por | Ago 22, 2023 | Columnas

Este verano se ha puesto de moda entre los ciudadanos de la clase media subirse un rato a un barco y hacerse fotos de los pies en la proa. Digo subirse un rato porque el barco lo alquilarán, supongo.. Me pasa con la clase media que la confundo con la trabajadora. Yo me veo a mí mismo enseñando en el aula o a un electricista tirando cable o a un ‘personal shopper’ asesorando y sé que somos clase trabajadora porque si no enseño, no tiran cable y no asesoran, no podemos pagar la luz, el agua, el colegio de los niños ni los barcos en verano para fotografiarnos los pies. Caemos en lo que ahora llaman “márgenes de la pobreza”. Sea lo que eso sea.

Siempre que pienso en esto, me acuerdo de una cosa muy macabra que pasa con los canarios condenados a vivir en jaulas. O tal vez sea con los periquitos. O con ambos, vete a saber. Se trata de limpiar conciencias introduciendo un espejo en su jaula. De esta manera, el canario —o el periquito, tal vez— al verse en el espejo y cantarse a sí mismo se siente menos solo porque cree que otro de su especie le acompaña. Ignoro si funciona como ignoro el nivel de conciencia que tienen las aves; pero sí puedo calcular la de sus carceleros. Cuando yo era niño, y menos consciente, tuvimos uno en casa, con su espejo y todo. Pero de nada sirvió. Acabó abriendo los barrotes de su prisión y escapando. Me alegro por él. Siempre sospeché que antes de ese último canto a la libertad debió de descubrir que su compañero de jaula era tan sólo un reflejo de sí mismo. Un espejismo.

Suelo pensar mucho en Cuqui —que así se llamaba el canario o el periquito— cuando veo en Instagram las fotos de los pies. Ignoro si cuando un trabajador se ve reflejado en el mar desde la proa de un barco lo que ve es un ciudadano de clase media. O sólo un espejismo.

SOBRE MÍ

SOBRE MÍ

En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental de mi vida fue en el que aprendí a escribir. Aquello marcó el resto.

Cuando calzaba nueve años ya golpeaba torpemente las teclas de una vieja Olivetti que mi padre conservaba en su despacho y que daría algún órgano interno por recuperar, pues se extravió en algún rincón del mundo. En ella emulaba las historias de Tintín o de Los cinco e imaginaba mis primeras aventuras.

Con los años acabé la carrera de Periodismo y logré vivir de escribir, ya sea relatando los sucesos reales que contábamos a los oyentes en la SER, en columnas de opinión de periódicos y blogs o como redactor creativo en agencias de publicidad.

Mi relato Stari Most fue premiado como finalista del Certamen Entrelibros y he publicado otro libro de relatos llamado Púgiles de tinta que se encuentra en período de reedición de cara al lanzamiento de su segunda edición.

Aquí escribo sin ataduras ni complejos, con la misma ilusión -y a menudo torpeza- que aquel niño de nueve años que aporreaba las ruidosas teclas de aquella vieja y perdida máquina de escribir.

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