Andrés Cardenete
Scrip·tor (n.)

SOBRE MÍ
En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental de mi vida fue en el que aprendí a escribir. Aquello marcó el resto.
Cuando calzaba nueve años ya golpeaba torpemente las teclas de una vieja Olivetti que mi padre conservaba en su despacho y que daría algún órgano interno por recuperar, pues se extravió en algún rincón del mundo. En ella emulaba las historias de Tintín o de Los cinco e imaginaba mis primeras aventuras.
Con los años acabé la carrera de Periodismo y logré vivir de escribir, ya sea relatando los sucesos reales que contábamos a los oyentes en la SER, en columnas de opinión de periódicos y blogs o como redactor creativo en agencias de publicidad.
Mi relato Stari Most fue premiado como finalista del Certamen Entrelibros y he publicado otro libro de relatos llamado Púgiles de tinta que se encuentra en período de reedición de cara al lanzamiento de su segunda edición.
Aquí escribo sin ataduras ni complejos, con la misma ilusión -y a menudo torpeza- que aquel niño de nueve años que aporreaba las ruidosas teclas de aquella vieja y perdida máquina de escribir.
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RELATOS »
2048. Un relato de terror.
2048por Andrés Cardenete31/10/2020LinaresCovid-19. Le pusimos nombre de leche. Y no la vimos llegar.Dejamos de leer a Dickens y llegó el peor de los tiempos. Malos años para la honradez, los mejores para los malvados. Lo advirtió el ladrillo que explotó en las narices...
Un crimen y otros milagros navideños
Sería la última vez que los seis comensales disfrutasen de su tradicional encuentro navideño. Por obra de un macabro plan, el anfitrión y la anfitriona, la hija, la socia y su marido, y el cocinero -al que sólo se le permitía sentarse a la mesa el 25 de diciembre- no volverían a verse jamás.
La cita anual transcurrió con normalidad hasta la digestión. Como acostumbraban desde hacía diez años, cada uno de los comensales había llevado alguna vianda; una vez las hubieron degustado, se habían sentado alrededor de la chimenea y conversaban animadamente.
Otro cuento de Navidad
La Navidad agriaba su carácter. Las emociones que propiciaban tal circunstancia eran tan antiguas como la consciencia que tenía de sí mismo. Aunque los motivos eran evidentes para los que conocían su biografía, él no entendía cómo los demás no compartían su desprecio por los abetos coronados por estrellas o los muestrarios de belenes. La Navidad lo encerraba en su coraza y le convertía en una persona silenciosa. Su pareja había aprendido a comprenderlo con los años. A volverse también silenciosa en Navidad. Tal sacrificio la llevó a cantar villancicos lejos de él.
CUENTOGRAFÍAS »
ALMAS ROTAS
Inocentes encerrados. Ansias de libertad que se estrellan contra jaulas transparentes. ¡Cuánto futuro en la esquina inferior izquierda de la fotografía! ¡Cuánta vida malgastada en la parte superior!Me pregunto si el niño que sujeta el juguete contra el cristal...
La amargura
He aquí una oportunidad inigualable para un profesor cualquiera de bellas artes. O de sociología. Una propuesta única para discernir entre lo que a uno le quieren hacer ver y lo que uno realmente acaba viendo, tal vez sin darse cuenta de lo que ve. Lo que me indica...
El instante
Hay imágenes en las que el elemento protagonista actúa como un agujero negro que absorbe todo a su alrededor. Observen si no la fotografía que acompaña a este texto. En ella vemos a un padre y a un hijo que cruzaron la frontera de Estados Unidos en busca de una vida...
Nichos de mercado
De esta imagen sacamos dos conclusiones. La primera es que si bien es verdad aquello de que la vida es el alimento de la muerte, no es menos verdad que también ocurre al contrario. Miren si no –con cuidado y respeto– a través del cristal del nicho mortuorio y...
COLUMNAS DE OPNIÓN »
Moscas
Moscas
Asistía desde mi sofá al penúltimo esperpento político cuando una mosca cualquiera se me pasó por la cabeza. La mosca, ya sea aquella u otra, vive poco más que un verano. O que un período electoral. El frío del otoño suele sorprenderla como la luna sorprende al sol cuando, caprichosa, se asoma al cielo en la claridad de la tarde. Con la diferencia de que para ella –la mosca, digo– el susto la deja boca arriba, sobre el mueble del televisor y con las patas estiradas hacia el techo.
Vivir sólo un verano. Eso parece muy triste. La mosca parece desilusionada la mayor parte del tiempo. Vuela por aquí, va para allá y, cuando menos te lo esperas, está allí. Siempre buscando una excusa con la que dar por bueno su verano. Es cierto que a veces encuentra algo que la ilusiona. Un excremento, las sobras de pella del domingo, un trozo de pimiento en la encimera. Por fin su vida parece tener un sentido. Pero la magia pimiento-mosca desaparece en menos de un minuto y ella vuelve a su natural estado de búsqueda de ilusiones. Y cuando uno busca constantemente ilusiones es que está desilusionado. Cualquiera puede pensar que eso es muy triste. O no.
Leí un estudio que dice que cada especie percibe el tiempo –entendido éste como la velocidad a la que transcurre la vida a nuestro alrededor– a un ritmo distinto. Precisamente, los científicos ponen a la mosca como ejemplo. La mosca ve nuestra vida pasar a cámara lenta. Todo sucede despacio. En una misma unidad de tiempo sus ojos perciben más información que la que pueden percibir los míos o los de usted mismo. Esto se debe a que los cerebros de mosca son capaces de procesar el movimiento a escalas más finas de tiempo que los nuestros. Por eso es tan difícil atraparlas.
La corta vida de las moscas, por tanto, es una trampa. Un verano con nuestra percepción podría ser casi una vida humana para ellas. Los segundos de humano que pasa desilusionada sobre los restos de paella son horas para el insecto. Dios –independientemente de lo que cada uno crea que es Dios– es un cachondo. Las conclusiones del estudio científico son desalentadoras al otro extremo de la percepción metabólico-temporal. Si tomamos como observador, por ejemplo, a la tortuga gigante concluiremos que nuestra vida dura dos telediarios. Habrá que aprovecharlos.
No le faltó razón a Borges al escribir aquello de “la vida es tan corta, aunque las horas son tan largas…”. Si la existencia propia, persona o mosca, es cuestión de puntos de vista, sólo nos queda la actitud. Volemos por aquí, vayamos luego para allá y pasemos por allí cuando menos lo esperemos. Disfrutemos, entonces, de los restos de paella del domingo y que no nos haga falta nada más para ser felices. De lo contrario el otoño llegará demasiado rápido y nos sorprenderá delante del televisor. Con las patas estiradas hacia el techo.
¡Por tu culpa!
¡Por tu culpa!
Eres rojo. Así que te habrán dicho que la culpa de todo es tuya. O a lo mejor te han señalado como causante de todos los males porque eres facha. Normal. O no. Porque igual te importa un carajo todo y ni votas; y estás en lo que la cool tertuliano-política llama desideologización. Menudo palabro. Así que no te preocupes. Para alimentar tu complejo de culpa te habrán dicho que esa posición conlleva, en realidad –y aunque tú no lo sepas, iluso–, una enorme carga ideológica. En ese caso, dependiendo de qué elemento viviente tengas enfrente, serás facha o rojo, a conveniencia. Da igual, realmente. Lo importante es que también acabes siendo el responsable de todos los males.
Es curioso cómo evolucionan algunas sinonimias: uno puede decir hoy males, como puede decir complejos, frustraciones o anhelos inalcanzados de quien acusa.
Si en un habilidoso truco de malabarismo social, o incluso en un milagro obrado por lo que creas que es Dios, lograses no entablar relaciones con otros humanos, no se lo fíes muy corto a tu fortuna. Podrás no hablarles, pero da igual. Para acusar sólo tienen que señalarte. Algo serás, digo yo: inmigrante con o sin papeles, empresario, animalista, madre soltera, católica practicante, enfermero en tiempos de la Covid-19, aristócrata, periodista, mendigo, demasiado guapa, aburguesado, padre o madre homosexual, conductor de Cabify, gordo, transexual, médico sindicalista, feminista, taxista, apóstata, millonario… Algo serás para tener la culpa de nuestros complejos, nuestras frustraciones o nuestros anhelos inalcanzados.
Algo tendrás que ser para justificar los aciertos y errores de quien gobierne.
Algo tendrás que ver con la crispación ciega de la oposición.
¿Quién si no va a tener la culpa de tener unos políticos que no nos merecemos?
¿O qué?
La importancia del enroque
La importancia del enroque
El tiempo y el cariño es el precio más alto que se cobra la muerte. Piensa bien tu próximo movimiento sobre el tablero, podría darle ventaja. En ‘El séptimo sello’, de Ingmar Bergman, mientras una epidemia de peste amenaza a los personajes, la muerte concede al caballero de las cruzadas Antonius Block una prórroga en la que ambos juegan una singular partida de ajedrez.
Durante su conversación con la parca, Block llega a una lúcida y triste conclusión: «He gastado mi vida en diversiones, viajes, charlas sin sentido. Mi vida ha sido un continuo absurdo. Creo que me arrepiento. ¡Fui un necio! En esta hora siento amargura por el tiempo perdido, aunque sé que la vida de casi todos los hombres corre por los mismos cauces. Por eso quiero emplear esa prórroga en una acción única que me de la paz». La muerte responde y revela a Block su propia trampa: «Es por lo que juegas al ajedrez con la muerte…». La partida que Block creía que acababa de comenzar había empezado mucho antes. Siempre estuvieron sentados frente a frente. Como lo está cualquiera. Como lo estás tú o como lo estoy yo.
Escena de la película El séptimo sello.
En la prórroga final, Block ansiaba esa acción que le diera la paz. Tal vez cuando lleguen esos instantes finales, usted o yo podamos recaer en las deudas que quedaron sin saldar, en las disculpas que rogar o en los amores por declarar. Cualquier acción que a usted o a mí nos traiga paz. O podemos llamarlo felicidad. Durante estas semanas «entre paredes» he visto cómo muchos han recuperado el contacto más cercano con la familia, el placer por aficiones como la lectura, la pintura o la música; el recogimiento de poder estar tiempo contigo mismo y descubrir que, en realidad, no hay mejor compañía; el lujo que es tener tiempo para jugar con tus hijos. Todas esas acciones únicas que nos traen la paz que ansiaba Block.
«Tal vez en esos instantes finales uno puede recaer en las deudas que quedaron sin saldar, en las disculpas que rogar o en los amores por declarar».
Volveremos de la manera que sea a los viajes al Caribe o a Camboya, a los festivales y a la barra del bar. Al igual que Block al final de la película, cuando da por perdida su partida, intentaremos engañar a la muerte con placeres efímeros y, como él, no caeremos en la cuenta de que es un imposible hasta que veamos como doblega a nuestro rey sobre el tablero.
Y, sin embargo, nuestra mejor jugada será no olvidar mañana las acciones en las que hoy hallamos la paz.
El vencecanguelos
El vencecanguelos
Aquel día yo seguía siendo un niño bueno, como cualquiera que tuviera la edad para cursar 3º de EGB. Sin embargo, alguna trastada inocente tuve que hacer para que la seño Anamari me expulsara de clase y me mandara castigado a la biblioteca. Había algunos profesores que siempre nos amenazaban con eso. “Como sigas así te mando a la biblioteca”, decían. Así, en el imaginario colectivo de mi clase, todos pensábamos que ir a la biblioteca era como adentrarse en el averno.
Salí de clase como quien se dirige al patíbulo y, mientras atravesaba filas de pupitres, sentí en mi nuca las miradas inquietas de Jacobo, Pablo, Ana, Raúl, y el resto de amigos de curso que, quién sabe, imaginaban que jamás volverían a verme. Incluso mi primo Monty, que siempre se sentaba el último, me dijo entre dientes “huye”. Pero, ¿a dónde iba a ir? Tenía que afrontar mi incierto destino.
Abrí la puerta de la biblioteca con ganas de llorar y me senté en una de las grandes mesas a la espera de que un verdugo entrara en cualquier momento y me dijera “te toca”. Pero pasaban los minutos y no entraba nadie. Desvanecido el susto me puse a explorar las estanterías y me topé con este libro de El Barco de Vapor: ‘Aniceto, el vencecanguelos’. El tiempo pasó volando a través de las múltiples aventuras de Aniceto y sus amigos. Con él empezó todo: Tintín, Mortadelo y Filemón, La Isla del Tesoro, Las Aventuras de Sherlock Holmes y así hasta el último libro que he leído.
La seño Anamari me enseñó, sin ella pretenderlo, que se pueden vivir aventuras inimaginables sin salir de una habitación.
Jamás volví a portarme bien en sus clases. Lo que sufrió, la pobre.
En negro sobre blanco
Hola, me llamo Andrés Cardenete, soy periodista y profesor de Literatura. En este blog encontrarás una recopilación de mis artículos de opinión y de una suerte de piezas periodísticas basadas en lo que me transmiten fotografías que he bautizado como «cuentografías» porque me hacía gracia. Mi trayectoria profesional me ha llevó de los medios, al mundo de la comunicación y, finalmente, a la docencia pero siempre me apasionó el columnismo. En esta web mato el gusanillo con noticias de información periodística sobre temas que me interesan y con artículos opinativos.
Intento con más o menos fortuna hacer un trabajo de calidad, no basado en la objetividad, pues no hay género más ajeno a ella que este, si no en base a los criterios de periodismo literario. Te invito tanto a que apoyes esta labor compartiendo en redes y a que dejes tus comentarios sobre lo que acabas de leer.
Gracias por venir. Pasen y lean.
Exiliados de extrarradio
Exiliados de extrarradio
En las hamacas de la playa ya nadie lee a Fernán Caballero. Guillermo avanza con dificultad entre los flotadores, las colchonetas hinchables y los grupos de británicos que, sentados con cervezas y torsos desnudos en las escaleras, inundan el portal de su bloque, antes un reconocido edificio del centro de Málaga convertido hoy en una especie de improvisado albergue, alfombrado de arena y salitre, para turistas. Allí no quedó hueco para Emilia, una joven profesora de primaria en un colegio de la capital, que recorre cada día los 30 kilómetros que separan Pizarra de su puesto de trabajo porque se negó a pagar 600 euros por un apartamento de un dormitorio y 40 metros cuadrados con vistas hacia adentro.
El ruido de las trolleys sobre el empedrado del casco antiguo desconcentra a Teresa que, sentada en la terraza de una cafetería, se desayuna con el periódico del día. Está a punto de leer que hay ciudades que sólo tienen vistas hacia afuera. Es donde está el oro del extranjero. A falta del propio, concluye para sí mientras saborea una ración de churros de a euro la porra, mejor hipotecarse con los Midas de Magaluf. A su lado, los operarios borran el verde de la línea que enmarca la zona exclusiva de aparcamiento para residentes y que en unas horas será azul progreso.
El futuro colocará cinco estrellas hosteleras en la bandera de Andalucía, Baleares, Barcelona o Madrid y vendrán auditores de calidad ISO a comprobar que no hay sábanas sucias en la casa que heredamos de la tía. Pero no les podremos acompañar durante la visita; las llaves estarán en el despacho del concejal de turismo.
Nosotros seremos ex residentes exiliados que lamentarán no haberse dado cuenta antes, cuando dejaron de escribirse novelas costumbristas.
En negro sobre blanco
Hola, me llamo Andrés Cardenete, soy periodista y profesor de Literatura. En este blog encontrarás una recopilación de mis artículos de opinión y de una suerte de piezas periodísticas basadas en lo que me transmiten fotografías que he bautizado como «cuentografías» porque me hacía gracia. Mi trayectoria profesional me ha llevó de los medios, al mundo de la comunicación y, finalmente, a la docencia pero siempre me apasionó el columnismo. En esta web mato el gusanillo con noticias de información periodística sobre temas que me interesan y con artículos opinativos.
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