Afortunadamente, amigos, perdí esas gafas días después en cualquier cafetería de La Provenza. Mi vida mejoró desde entonces. Dicho esto.
El mozuelo de la foto soy yo mismo. No me voy a castigar calculando la edad, pero sabemos que es a la que deberías estar pasándote por el arco del triunfo la vida. ¿Lo hice? Pues no. El portador de esta frente envidiablemente poblada que mira serio a la cámara en algún punto indeterminado de los Champs-Élysées de París estaba más centrado que yo (apréciese este ejercicio literario): Ganaba —se dejaba explotar, mejor dicho— más que yo, tenía esposa, una hija peluda de cuatro patas, una hipoteca a medias y un Twingo alquilado para recorrer Francia. De todo aquello me queda la hija (que ya está muy mayor), una excelente y sanísima (diría que hasta familiar, en cierto sentido) relación con mi ex mujer, la hipoteca y un poco más de inteligencia que delata el leve crecimiento de mi frente. O no tan leve, pero nada preocupante. Ni tan inteligente. Bien, la cosa es que no venía a hablar de mí, pero es que cumplo años pronto y estoy en fase de reconocerme. Y no me reconozco, porque es ahora cuando de verdad me estoy pasando la vida por el arco. Y me va bien.
A lo que iba. Por algún extraño motivo psicológico que navega entre el trauma adolescente y la ansiedad, es científicamente imposible que yo tenga delante una imagen de París y no vea a la Ingrid Bergman y al Humphrey Bogart de Casablanca paseando por allí. Si no, miradlos en la imagen, entre dos coches blancos, dando un romántico paseo en moto. Piénsalo, es posible. Ilsa y Rick se conocieron en un mundo en blanco y negro. Allí aún había bares con pianistas donde hoy se abre Badoo. Y eso lo cambia todo, ¿verdad?
Hoy esa historia sería imposible. Estoy convencido de que hoy Ilsa, a los cinco minutos de subirse a aquel avión que no quisimos que cogiera, se pondría a deslizar perfiles en Tinder. Y Sam lo primero que le diría a Rick después de montarse en el coche es: “Ahora lo que tienes que hacer es hincharte de follar”. Por eso hoy ya nunca le queda París a casi nadie.
Como mucho te puede quedar una hipoteca a medias.