Voy a quitarme un bulto de encima. Pero antes os contaré que explotar granos para el público ya es un negocio lucrativo. Como lo leéis. No salgo de mi asombro. Resulta que hay cuentas en redes sociales que se dedican a grabar en primerísimo plano como explotan los golondrinos y se desparrama la pus sobre la piel; con más o menos virulencia según el caso y la herramienta de tortura utilizada. Hay cuentas que publican sólo eso y tienen cerca de 200.000 seguidores, lo que significa bastante dinero. El vicio adolescente hecho espectáculo, oiga. “Profe, paso de estudiar, si yo lo que quiero es explotar granos para mi público”. Rocío a veces se engancha.
Le cuento esto a Ernesto, que es mi terapeuta, porque no comparto el gusto. De hecho, me desagrada bastante. A lo mejor, discurro en voz alta sobre el diván, es que la gente traduce inconscientemente la pus en sus propios trastornos, inseguridades, ansiedades… y les da placer ver cómo salen a la superficie. Al fin y al cabo, los peligros de la mente comparten con la pus la capacidad de enquistamiento. Un estado de tristeza o duelo puede enquistarse como el sebo hasta formar un tumor al que llamamos depresión.
A mí esto que digo me parece muy interesante aunque mi terapeuta calla, así que sigo hablando para desafiarlo. Estaría bien que en lugar de venir aquí dos veces al mes, pagar un dineral y llevarme deberes para quitarme este miedo a volar que se me ha hecho bola, me apretase usted un poco y me desparramara el problema. Mejoraría mi economía y podría viajar a Japón. Pero Ernesto sigue callando. Jamás os encariñéis de un terapeuta mudo.
La creatividad también comparte con la pus la habilidad de hacer quiste. Por ejemplo, yo llevaba meses bloqueado. Pensé que había perdido la capacidad de escribir hasta que me noté un forúnculo bien gordo en la cabeza. Y aquí estoy, apretando. Perdonadme la pus.