Cuestión de espacio-tiempo

por | Abr 15, 2023 | Columnas

Ahora que ya ha pasado os lo cuento.

Mi inquina con la Semana Santa es una cuestión de tiempo. A mí ser penitente me descuadró la vida. Resulta que yo hasta los diecisiete pasé cada tarde de Domingo de Ramos de procesión en la calle, no porque nadie me preguntara si me apetecía, sino porque mi familia estaba metida hasta las trancas en una Cofradía. Estar de procesión es un eufemismo para decir “estar quieto hasta el tedio”, porque nada en la vida avanza más lento que un Cristo. Da igual que sea llevado por ruedas o por costaleros. Nuestro paso titular representaba la última cena, con Jesús y sus doce apóstoles a escala real. Recuerdo que un día aproveché que los adultos estaban entretenidos con sus cosas para subirme al trono y tomarme mi bocadillo de mortadela sentado a la mesa junto a San Mateo. Fue una velada de lo más amena. Menos mal que me fui antes de que llegasen los romanos.

El caso es que ese trono pesa siete toneladas y se desplaza a ruedas sobre el chasis de un cañón antiaéreo de la guerra (percíbase la paradoja). Da igual. Aunque no haya costaleros, la procesión no avanzaba. Tres pasos y un buen rato parados. Otros cuatro y quietos, de nuevo. Dos y a esperar. Seis pasos, parece que sí, pues no, ya está la campanita del fiscal parándote. Un recorrido que podrías hacer en 25 minutos se extiende hasta las cinco o seis horas de marcha, por llamarlo de algún modo. Un día esculpieron una virgen y ya sí había costaleros. Más pausa. Imaginen los Domingos de Ramos que he pasado yo viendo cómo el Universo avanzaba en las aceras, mientras mi vida estaba pausada en la calzada. Eso me ha provocado un retraso temporal del que nunca he salido. La vida avanzó mucho mientras yo estaba parado bajo mi caperuz.

Por eso cuando me preguntan porqué estoy soltero y sin hijos a los 42, o porqué siempre llego tarde, respondo que hice acto de penitencia más veces de las que las leyes del espacio-tiempo permiten. Ahora intento evitar las procesiones, no tengo más minutos que perder. Y si, por lo que sea, me cruzo con alguna, salgo corriendo en dirección contraria. Para compensar. Aún así siempre llego tarde a los sitios. No supero este retraso. Voy a descompás.

SOBRE MÍ

SOBRE MÍ

En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental de mi vida fue en el que aprendí a escribir. Aquello marcó el resto.

Cuando calzaba nueve años ya golpeaba torpemente las teclas de una vieja Olivetti que mi padre conservaba en su despacho y que daría algún órgano interno por recuperar, pues se extravió en algún rincón del mundo. En ella emulaba las historias de Tintín o de Los cinco e imaginaba mis primeras aventuras.

Con los años acabé la carrera de Periodismo y logré vivir de escribir, ya sea relatando los sucesos reales que contábamos a los oyentes en la SER, en columnas de opinión de periódicos y blogs o como redactor creativo en agencias de publicidad.

Mi relato Stari Most fue premiado como finalista del Certamen Entrelibros y he publicado otro libro de relatos llamado Púgiles de tinta que se encuentra en período de reedición de cara al lanzamiento de su segunda edición.

Aquí escribo sin ataduras ni complejos, con la misma ilusión -y a menudo torpeza- que aquel niño de nueve años que aporreaba las ruidosas teclas de aquella vieja y perdida máquina de escribir.

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