Esta habitación que nos puede parecer cualquier cosa menos un hospital, en realidad lo es. Fíjense si no en el mecanismo que tiene cada cama para llamar a la enfermera. Aunque podemos imaginar que la enfermera tampoco parecerá una enfermera, sino una abuela cualquiera de esas que curan con sopas y mejunjes de los que se guardan en termos. «Acuérdese señor», le dirá la abuela que no parece una enfermera pero que en realidad lo es, «que por las mañanas debe tomar un vaso del termo verde y, antes de acostarse, otro del rosa. Le he puesto una etiqueta para que no se olvide. Y si le duele mucho, tome durante media hora, y a sorbitos, el contenido del termo de latón que hay en la mesita». De todos modos, al hombre que acumula sus cosas en bolsas colgadas de las paredes le trae sin cuidado. Se cree que se muere. Por eso prefiere inhalar el humo de su pipa en lugar del oxígeno de la botella que han puesto para él y que está a su izquierda. Supongo que creer que te mueres es inevitable cuando te colocan en una cama que no es lo que parece, pues si te fijas bien descubres que es la parte de abajo de un ataúd tamaño XXL. O puede que en verdad sólo lo parezca.

Da igual. Lo importante de la fotografía del hombre asiático, la cama y la pipa es que en realidad toda ella es un eufemismo de nuestro mundo. Ahí tienen a nuestro planeta, enfermo y alimentándose de humo en lugar de oxígeno, tratado con mejunjes baratos en lugar de medicamentos, a saber, políticas ecológicas eficaces. Los que se reunieron y nos hablaron sobre los planes de futuro tras la pasada cumbre por la ecología de París deberían ser científicos -a fe que por momentos lo parecían- pero eran, en realidad, políticos. Nada nuevo bajo el sol. Ni siquiera lluvia.

A lo mejor nuestro mundo no es el abuelo de la foto. A lo mejor el abuelo de la foto que ya ha asumido que se muere somos todos. Usted y yo. Quizás nuestro planeta no es más que lo que debería ser una mullida cama pero que, en realidad, empieza a parecerse a un ataúd tamaño galáctico.