Exiliados de extrarradio

por | Mar 3, 2018 | Columnas

En las hamacas de la playa ya nadie lee a Fernán Caballero. Guillermo avanza con dificultad entre los flotadores, las colchonetas hinchables y los grupos de británicos que, sentados con cervezas y torsos desnudos en las escaleras, inundan el portal de su bloque, antes un reconocido edificio del centro de Málaga convertido hoy en una especie de improvisado albergue, alfombrado de arena y salitre, para turistas. Allí no quedó hueco para Emilia, una joven profesora de primaria en un colegio de la capital, que recorre cada día los 30 kilómetros que separan Pizarra de su puesto de trabajo porque se negó a pagar 600 euros por un apartamento de un dormitorio y 40 metros cuadrados con vistas hacia adentro.

El ruido de las trolleys sobre el empedrado del casco antiguo desconcentra a Teresa que, sentada en la terraza de una cafetería, se desayuna con el periódico del día. Está a punto de leer que hay ciudades que sólo tienen vistas hacia afuera. Es donde está el oro del extranjero. A falta del propio, concluye para sí mientras saborea una ración de churros de a euro la porra, mejor hipotecarse con los Midas de Magaluf. A su lado, los operarios borran el verde de la línea que enmarca la zona exclusiva de aparcamiento para residentes y que en unas horas será azul progreso.

El futuro colocará cinco estrellas hosteleras en la bandera de Andalucía, Baleares, Barcelona o Madrid y vendrán auditores de calidad ISO a comprobar que no hay sábanas sucias en la casa que heredamos de la tía. Pero no les podremos acompañar durante la visita; las llaves estarán en el despacho del concejal de turismo.

Nosotros seremos ex residentes exiliados que lamentarán no haberse dado cuenta antes, cuando dejaron de escribirse novelas costumbristas.

SOBRE MÍ

SOBRE MÍ

En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental de mi vida fue en el que aprendí a escribir. Aquello marcó el resto.

Cuando calzaba nueve años ya golpeaba torpemente las teclas de una vieja Olivetti que mi padre conservaba en su despacho y que daría algún órgano interno por recuperar, pues se extravió en algún rincón del mundo. En ella emulaba las historias de Tintín o de Los cinco e imaginaba mis primeras aventuras.

Con los años acabé la carrera de Periodismo y logré vivir de escribir, ya sea relatando los sucesos reales que contábamos a los oyentes en la SER, en columnas de opinión de periódicos y blogs o como redactor creativo en agencias de publicidad.

Mi relato Stari Most fue premiado como finalista del Certamen Entrelibros y he publicado otro libro de relatos llamado Púgiles de tinta que se encuentra en período de reedición de cara al lanzamiento de su segunda edición.

Aquí escribo sin ataduras ni complejos, con la misma ilusión -y a menudo torpeza- que aquel niño de nueve años que aporreaba las ruidosas teclas de aquella vieja y perdida máquina de escribir.

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