La amargura

por | May 13, 2020 | Cuentografías

He aquí una oportunidad inigualable para un profesor cualquiera de bellas artes. O de sociología. Una propuesta única para discernir entre lo que a uno le quieren hacer ver y lo que uno realmente acaba viendo, tal vez sin darse cuenta de lo que ve. Lo que me indica que esta foto es, en realidad, un trabalenguas.

Por ejemplo, si nuestros ojos se dirigen a la parte más iluminada de la fotografía podría rebelarse ante nosotros la misma Virgen del Mayor Dolor. Y, sin embargo, algo nos dice que no se trata de ella, pues todos sabemos que las Vírgenes llevan corona, mantos de ribetes y pensarían antes en la salud de su gente que en la economía.

Descartada por tanto la figura bíblica, bien podríamos deducir por la postura mortuoria que se trata de una momia. Podría ser. Amelié Poulain, en la película que lleva su nombre, fantasea con un hombre muerto que envía su foto a los vivos. «Quiere recordarle a la gente su cara. Como si mandara su retrato por fax desde el más allá». Pero el brillo de los ojos de la fotografía y las portadas de los periódicos nos contradicen. Ahí hay vida. Del tipo que sea.

«Podría rebelarse ante nosotros la misma Virgen del Mayor Dolor. Y, sin embargo, algo nos dice que no se trata de ella, pues todos sabemos que las Vírgenes llevan corona, mantos de ribetes y pensarían antes en la salud de su gente que en la economía.»

Entonces, tal vez, la foto sea en realidad una trampa. Huyamos de ella. Apartemos nuestra atención de todo lo que tiene de luminoso que, curiosamente, es lo que tiene de más descuidado: el pelo escarpado, la aparente falta de maquillaje, el atisbo de ojeras, el fondo negro que se confunde con la ropa. Separemos nuestra mirada, al fin, de todo aquello que nos quieren hacer ver y escondámonos en las sombras. Tal vez ahí esté la verdad. Es curioso que cuando centramos nuestra atención en la parte derecha de la modelo –la que está marcada por una línea de sombra que cruza como un rayo frente, rostro y cuello, para perderse hacia la espalda–, la sensación da un giro. El ojo derecho nos mira con cierta complicidad y la comisura del labio parece querer estirarse hacia la sombra. ¿La momia está a punto de echarse a reír? Inquietante. Amelié también dijo aquello de «usted nunca será una hortaliza porque incluso las alcachofas tienen corazón». Sí, le falta algo. Tampoco puede ser una alcachofa. Me rindo.
SOBRE MÍ

SOBRE MÍ

En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental de mi vida fue en el que aprendí a escribir. Aquello marcó el resto.

Cuando calzaba nueve años ya golpeaba torpemente las teclas de una vieja Olivetti que mi padre conservaba en su despacho y que daría algún órgano interno por recuperar, pues se extravió en algún rincón del mundo. En ella emulaba las historias de Tintín o de Los cinco e imaginaba mis primeras aventuras.

Con los años acabé la carrera de Periodismo y logré vivir de escribir, ya sea relatando los sucesos reales que contábamos a los oyentes en la SER, en columnas de opinión de periódicos y blogs o como redactor creativo en agencias de publicidad.

Mi relato Stari Most fue premiado como finalista del Certamen Entrelibros y he publicado otro libro de relatos llamado Púgiles de tinta que se encuentra en período de reedición de cara al lanzamiento de su segunda edición.

Aquí escribo sin ataduras ni complejos, con la misma ilusión -y a menudo torpeza- que aquel niño de nueve años que aporreaba las ruidosas teclas de aquella vieja y perdida máquina de escribir.

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