Este niño que hace como que medita, fantasea con que es un madurito/resultón/sexi y a veces habla de sí mismo en tercera persona -por tensión narrativa- cumple 42 años en un mes exacto. Ni demasiado joven para su desgracia ni demasiado mayor para no haber aprendido un par de cosas recientemente. Ni resultón. Ni sexi.

A partir de los cuarenta las enfermedades no se pasan, si no que se padecen; yo he padecido un resfriado de estos nuevos que cuesta echarlos de casa más que a un hijo sin futuro: sinusitis persistente, otitis aguda, faringitis aguda, agujetas, gafas rotas… En el camino hacia la salvación visité a un otorrinolaringólogo y fue una experiencia. Tras meter una goma por mi nariz hacia un lugar hasta ese día inexplorado (pensé que me reseteaba) y hacer cosquillas a los recuerdos de mi infancia, me recetó corticoides y “la M budista”. Así la llamó.

El doctor, que se parecía a Javier Cámara, se puso a una distancia que invadía mi espacio personal, se inclinó hacia mí, se bajó la mascarilla y, cuando yo pensé que iba a darme un apasionado beso tornillero y que había llegado el momento de explorar los límites de mi heterosexualidad, cerró los labios y entonó: “OOoommmmmm”. Estuvo alargando la eme de la “om” durante tanto tiempo y me miraba tan fijamente que resultó del todo incómodo. Preferí que me hubiese besado. No sé. Dijo que venía bien para las cuerdas vocales. Qué decepción.

Otro síntoma de mi edad es que desde hace unos días este que calza mis botas, y que no tiene hijos ni con quién, piensa más de lo esperado (aunque intenta que no se le note) en la reproducción asistida. No como un impulso guiado por un inexistente instinto de paternidad, ni como una lucha de la mujer, la ginecóloga (y el hombre, a veces) contra las leyes de la naturaleza, sino como una lucha contra las leyes de mi propia naturaleza. Pero mejor no ilusionarme.

El caso es que he descubierto dos cosas: una es que Buda no era, en realidad y como se pensaba, un ser místico en busca del Nirvana, sino un señor rechoncho y con una preocupante faringitis crónica.

La otra es que no sé si tengo los ovarios para dar el paso. Pero déjenlo, no traten de entenderme. Ya les digo, la edad.