Sánchez a lo bonzo
Thich Quang Duc fue un monje budista –o bonzo, en japonés– que decidió morirse el 11 de junio de 1963. Por aquel entonces, el gobierno de Vietnam del Sur, bajo el mandato del presidente Ngo Dinh Diem, oprimía a sus ciudadanos. A Thich Quang Duc se le ocurrió un acto de protesta que hasta entonces no tenía precedentes, pero que acabaría sentándolos. Se fue a una de las calles más concurridas de Saigón, dijo que a tomar por saco y se prendió fuego a la vista de todos. Mientras las llamas le consumían, el monje se mantuvo quieto, sin emitir movimiento o sonido alguno. En una suerte de macabra quietud.
Una de las peores secuelas de nuestra actualidad política es que ya me será imposible pensar en Thich Quang Duc sin que se me venga a la cabeza Pedro Sánchez. O al contrario, pues al segundo me lo recuerdan más que al primero. Cuando pensábamos que un piloto automático sólo servía para relajarse y volar tranquilo, el líder de los socialistas –o a lo mejor sólo el de la militancia; se dicen tantas cosas– nos ha enseñado otra clase de piloto automático que sirve para viajar hacia el abismo y mirar tranquilo por la ventanilla mientras cruzas las manos tras la cabeza. El modo kamikaze. Consciente de que sólo existe en el futuro si acaba con Mariano Rajoy en el mismo compás que lo hace con los barones que quedan en su partido –ya puede contar en su vaina las muescas de alguno de ellos–, está dispuesto a lanzarse contra los buques de Pearl Harbour. Que no le encuentren más alternativa que Susana Díaz, es el rayo de luz en su plan. Otros partidos ya pintan pancartas en las que dan la bienvenida a la hija de los eres. Por si a Sánchez le sale el comité federal por la culata. Ya saben.
Pero lo que yo quería decir es que me inquieta no poder ver en el telediario a Pedro Sánchez sin que mi imaginación lo prenda en llamas. Y ahí estoy, frente al televisor, preguntándome con fascinación cómo puede caminar, hablar y decidir con esa macabra quietud mientras le devora el fuego que él mismo alimenta. El cuerpo de Thich Quang Duc se incineró, su corazón se mantuvo intacto, la comunidad budista le otorgó el título de sagrado y lo guardó en el Banco Nacional de Vietnam. En el caso de Sánchez no sucederá esto, pues observamos que los que hay a su alrededor tienen pinta de estar deseando echar su corazón a una cazuela para cocinarlo a fuego lento. Cinco meses después de que Thich Quang Duc decidiese prenderse fuego hasta la muerte, hubo un golpe de estado que desencadenaría en el fin del gobierno contra el que se incendió. Igual a Sánchez también le sale. Vete tú a saber.
SOBRE MÍ
En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental de mi vida fue en el que aprendí a escribir. Aquello marcó el resto.
Cuando calzaba nueve años ya golpeaba torpemente las teclas de una vieja Olivetti que mi padre conservaba en su despacho y que daría algún órgano interno por recuperar, pues se extravió en algún rincón del mundo. En ella emulaba las historias de Tintín o de Los cinco e imaginaba mis primeras aventuras.
Con los años acabé la carrera de Periodismo y logré vivir de escribir, ya sea relatando los sucesos reales que contábamos a los oyentes en la SER, en columnas de opinión de periódicos y blogs o como redactor creativo en agencias de publicidad.
Mi relato Stari Most fue premiado como finalista del Certamen Entrelibros y he publicado otro libro de relatos llamado Púgiles de tinta que se encuentra en período de reedición de cara al lanzamiento de su segunda edición.
Aquí escribo sin ataduras ni complejos, con la misma ilusión -y a menudo torpeza- que aquel niño de nueve años que aporreaba las ruidosas teclas de aquella vieja y perdida máquina de escribir.
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