“Me encantan las mujeres bonitas automáticamente. Las veo y las comienzo a besar. Cuando eres una celebridad te dejan hacer lo que quieras. Puedes agarrarlas por el c0ño”. La frase la pronunció Donald Trump. Tres meses después fue elegido presidente de los Estados Unidos. Ganó las elecciones a Hilary Clinton, cuyo aún hoy marido Bill, también presidente años antes, había tenido bajo la mesa del despacho oval a su becaria Monica Lewinsky. No conviene olvidar el mundo en el que vivimos. Es el mismo en el que Luis Manuel Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol, entiende que puede ir reclamando y dando “piquitos” por el campo a las jugadoras de “su” selección. “Es que no hay deseo”, dice. Como si sin deseo pudieras besar a traición a una persona de la misma manera que sin odio pudieras azotarla después de que te recoja el algodón.

Pero los Rubiales necesitan satélites. Según la RAE un satélite también es una persona dominada por la influencia de otra. Distinguimos al satélite porque es el que aplaude al líder bajo su influencia. En la segunda imagen tienen a dos satélites que orbitaban alrededor de Rubiales. Jorge Vilda, seleccionador del equipo femenino, y Luis de la Fuente, seleccionador del equipo masculino. El viernes aplaudían al amado líder cuando les subía el sueldo. El sábado, después de que la FIFA lo apartara de sus cargos, enviaban un comunicado tachando de impropios los “piquitos” de Rubiales a sus jugadoras. A Júlio César lo apuñalaron los más fieles, pero sólo se atrevieron cuando estaba en su peor momento. Cuando distingues a un satélite descubres también a un cobarde.

No olvidemos a los cobardes.

Para construir ese mundo también es necesario darle más valor al estímulo fácil que al talento, a lo básico que a lo complejo, al empotrador que al sensible, al fast food que al fuego lento. Cuidado con lo que escuchas, comes, lees y, sobre todo, deseas. Podrías hacerlo presidente.