Mi psiquiatra -esa voz que me habla por dentro- me dice que para entender la magnitud de un problema hay que alejarse lo suficiente. Yo le digo que no, que sólo cuando ves la mancha de cerca, al microscopio, puedes saber si, además de un lunar, es también un tumor. Entonces mi psiquiatra -ese que no tengo- me saca esta foto de Madrid y me dice que con mi obsesión de usar el microscopio confundo la enfermedad (es decir, el lunar) con lo que la provoca que, en realidad, es el problema.

Madrid es como un señor con la cabeza despejada y un grave problema digestivo.

De esta foto podemos deducir que Madrid es un señor de 90 años que arriba tiene una cabeza bien despejada y abajo un grave problema digestivo. Por los intestinos que recorren sus cavidades no paran de circular bacterias que lo dejan todo emponzoñado. ¿Quién quiere un cuerpo así, en el que hasta las farolas de extrarradio se esfuerzan por estirar el cuello para esquivar la porquería?

Es entonces cuando el psiquiatra que imaginé me da la enhorabuena por entender la lección y me invita a que, una vez identificado el problema, me acerque para encontrar la enfermedad que lo provoca. Cojo la lupa que me tiende y me afano en examinar la imagen de cerca. Con la lupa puedo ver el gránulo de la fotografía, es decir los lunares, y descubro que Madrid tiene mal pronóstico. Aunque hay algunos lunares benignos, la mayoría se han ulcerado. Y en esas me veo a mí mismo -o a lo mejor es usted a quien vi, no lo sé- repostando diésel para ir a la sierra. A respirar aire fresco, creo escuchar.

No tengo psiquiatra al que despedir, pero he decidido que con lo que me ahorraré en sus sesiones me compraré una bicicleta. A lo mejor no están tan caras.

Fotografía cortesía de Juan Carlos Hidalgo (EFE)