Todos los pies de bebé son iguales. Puedes pensar que es así, que cualquier pie es un pie cualquiera. Más aún si eres el bebé de la foto, que aún no ha puesto un pie en la tierra. Es el paso del tiempo, piensas, de nuestro caminar aquí y allá, lo que va diferenciando nuestros pies y llenándolos de marcas, durezas y juanetes; de la misma manera que los acontecimientos que nos sobrevienen en la vida nos distinguen dejando juanetes en el alma. Pero la imagen de los pies es una trampa. Veamos.
Si ahora mismo desvelo, por ejemplo, que esos pies de la fotografía pertenecen a un niño Somalí, la imagen —o los piececitos— cambia ante nuestros ojos. Casi podemos apreciar ya su primera ampolla bajo el dedo medio del pie que queda a nuestra izquierda. Fíjense. O la primera dureza en el dedo pequeño del que queda a nuestra derecha. O a lo mejor el color morado es porque bajo el mar no hay oxígeno. Quién sabe. Las pateras son peligrosas y el desierto es despiadado por sus condiciones climáticas y la falta de agua. No podemos predecir nuestro futuro pero ya sabemos, sin embargo, que esos pies cruzarán el desierto del Sahara, el más caliente del mundo. Los piececitos de la imagen se verán empujados a ello porque algunos países, entre ellos España, esquilman los mares somalíes y a los residentes ya no les quedan recursos. Decimos mares somalíes, como decimos oro sudanés, petróleo nigeriano o diamantes en Sierra Leona. Y todo esto lo sabemos desde hace tiempo, nos lo cuentan los medios a diario. Además de en el alma y en los pies, también salen callos en la conciencia.
No todos los pies de bebé son iguales.