He aquí un currículum inmaculado y un misterio por resolver. Es la página dedicada a José Manuel Soria en la publicación que recopila las trayectorias de todos los representantes internacionales del Foro económico mundial Davos 2014. No es posible, me digo, que alguien que ha llegado a ser Ministro de Industria, Energía y Turismo de España, y candidato frustrado al Banco Mundial, no tenga más mérito profesional que su título. Resulta extraño. Es mi oportunidad de resolver algo importante. Rebusco en la cómoda y me enfundo con solemnidad el gorro de cazador de misterios que me regalaron al asociarme al club de seguidores de Sherlock Holmes. Después, sentado en mi sofá orejero, examino el documento sin prisas y en silencio mientras imagino que fumo de la pipa que no tengo. También lamento no saber tocar el violín.
Definitivamente, el currículum está en blanco. Al escrutar el folio con la lupa descubro aquello que se observa a simple vista: las palabras de la página siguiente empujan al trasluz para colarse en esta. Podría ser un débil intento de coartada. Dudo si buscar en Internet el currículum de Soria, pero no quiero romper la magia. En lugar de eso, llamo a un contacto que podría serme útil. La responsable de Recursos Humanos de la empresa en la que trabajo llena aún más de oscuridad el laberinto. «A veces ocurre», me revela. «En un año nos pueden llegar cincuenta o sesenta currículums en blanco. Los descartamos de nuestros procesos de selección sin mirar atrás. Lo cierto es que sólo hay dos motivos para que una persona decida enviar un currículum en blanco: o no tiene nada que contar o, peor aún, tiene mucho que esconder. No recomendaría a nadie que se fiara de un currículum tan silencioso».
El misterio se pone interesante. Decido ponerme en contacto con una de esas fuentes a la que sólo acudes para los trabajos más delicados. La garganta profunda que igual esconde en su interior la marca de dentífrico de un rey que la combinación que abre la taquilla de gimnasio de tu primo. «Tenga cuidado con lo que va a preguntar. Sé más de usted que usted», me amenaza. Le expongo el caso y el auricular me devuelve un gruñido. «Menuda estupidez. No puedo decirle mucho de eso. A lo mejor a Soria se le traspapeló el currículum y acabó en Panamá. Vaya usted a saber». Al colgar quedo abatido. Llamo gritando a la Señora Hudson y mi novia me pregunta que quién es esa. Es entonces cuando me doy cuenta de que yo ni siquiera tengo un sofá orejero y que, realmente, estoy sentado en una butaca de IKEA. También de que el gorro de cazador de misterios es una mala copia. Lanzo con rabia el libro de currículums de Davos contra la pared y cae abierto a unos metros de mí. Entonces lo veo. Hay otro currículum en blanco. Me acerco con curiosidad y la verdad se me revela. Luminosa y clara. La otra página que exhibe un currículum vacío es la dedicada a Ana Botella. He aquí un patrón. El misterio se resuelve: al currículum de Soria nunca le faltó nada. Todo él es una gran e incómoda verdad. A diferencia de Noruega, por ejemplo, en España para llegar lejos en política sólo te hace falta el nombre. Y la jeta.