La frase de la fotografía podría ser, sin contexto y con el gran mercado que hoy es el mundo, cualquier cosa. Así, sin más información, sólo podemos deducir que la escribió alguien que estaba molesto y que manejaba mejor el inglés que el modo imperativo del castellano. Por lo demás, hemos de admitir que esa frase que fotografié en el pequeño soportal de una entidad bancaria abandonada de Fuengirola podría haberla cincelado sobre la chapa usted mismo o incluso yo; ya fuera en la puerta del mismo banco, de una compañía eléctrica o en la de una gasolinera cualquiera. O en la del Mercadona. O en la de la panadería. En fin, la lista podría ser interminable. No nos roben más que no llegamos. “Don’t rob us”.
Por poder ser, podría ser, incluso, una declaración de desamor. “Hagan el favor de no volver a robarme el corazón para luego romperlo otra vez. Don’t rob me”. A esta me apunto yo también.
La tristeza de la realidad, que siempre es puñetera, es la que va a romper la magia. Cuando horas más tarde volví a pasar por el soportal del banco abandonado, el contexto me reventó en la cara. Misterio resuelto. La nota “No robadme más. Don’t rob me”, seguía allí, cincelada en la chapa y, debajo de ella, en la calle, un señor dormía sobre un colchón. Estaba rodeado de un par de mochilas, alguna bolsa de plástico y el frío del invierno. No se me ocurre mejor ni más triste metáfora del mundo en el que hoy vivimos. Le roban hasta a quien no tiene nada. Sólo le queda la suplica de aquella frase sobre su almohada bajo el soportal de una entidad bancaria abandonada. “Don’t rob me”.
El señor entreabrió un ojo y me miró. Debió de pensar que yo era de fiar, porque se dió la vuelta sobre su lecho. También le estamos robando el sueño, deduje. Reparé en que, inconscientemente, había usado un plural mayestático que nos convertía a todos en ladrones. La frase cincelada sobre la chapa es, en realidad, una justa acusación.