¡Por tu culpa!

por | May 1, 2020 | Columnas

Eres rojo. Así que te habrán dicho que la culpa de todo es tuya. O a lo mejor te han señalado como causante de todos los males porque eres facha. Normal. O no. Porque igual te importa un carajo todo y ni votas; y estás en lo que la cool tertuliano-política llama desideologización. Menudo palabro. Así que no te preocupes. Para alimentar tu complejo de culpa te habrán dicho que esa posición conlleva, en realidad –y aunque tú no lo sepas, iluso–, una enorme carga ideológica. En ese caso, dependiendo de qué elemento viviente tengas enfrente, serás facha o rojo, a conveniencia. Da igual, realmente. Lo importante es que también acabes siendo el responsable de todos los males.

Es curioso cómo evolucionan algunas sinonimias: uno puede decir hoy males, como puede decir complejos, frustraciones o anhelos inalcanzados de quien acusa.

Si en un habilidoso truco de malabarismo social, o incluso en un milagro obrado por lo que creas que es Dios, lograses no entablar relaciones con otros humanos, no se lo fíes muy corto a tu fortuna. Podrás no hablarles, pero da igual. Para acusar sólo tienen que señalarte. Algo serás, digo yo: inmigrante con o sin papeles, empresario, animalista, madre soltera, católica practicante, enfermero en tiempos de la Covid-19, aristócrata, periodista, mendigo, demasiado guapa, aburguesado, padre o madre homosexual, conductor de Cabify, gordo, transexual, médico sindicalista, feminista, taxista, apóstata, millonario… Algo serás para tener la culpa de nuestros complejos, nuestras frustraciones o nuestros anhelos inalcanzados.

Algo tendrás que ser para justificar los aciertos y errores de quien gobierne.

Algo tendrás que ver con la crispación ciega de la oposición.

¿Quién si no va a tener la culpa de tener unos políticos que no nos merecemos?

¿O qué?

SOBRE MÍ

SOBRE MÍ

En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental de mi vida fue en el que aprendí a escribir. Aquello marcó el resto.

Cuando calzaba nueve años ya golpeaba torpemente las teclas de una vieja Olivetti que mi padre conservaba en su despacho y que daría algún órgano interno por recuperar, pues se extravió en algún rincón del mundo. En ella emulaba las historias de Tintín o de Los cinco e imaginaba mis primeras aventuras.

Con los años acabé la carrera de Periodismo y logré vivir de escribir, ya sea relatando los sucesos reales que contábamos a los oyentes en la SER, en columnas de opinión de periódicos y blogs o como redactor creativo en agencias de publicidad.

Mi relato Stari Most fue premiado como finalista del Certamen Entrelibros y he publicado otro libro de relatos llamado Púgiles de tinta que se encuentra en período de reedición de cara al lanzamiento de su segunda edición.

Aquí escribo sin ataduras ni complejos, con la misma ilusión -y a menudo torpeza- que aquel niño de nueve años que aporreaba las ruidosas teclas de aquella vieja y perdida máquina de escribir.

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