Os iba a contar que el banco de la foto está, en realidad, vacío. Quizás en otro banco cualquiera podríamos ver una persona, pero en este de la foto no. Aunque parezca que estoy sentado sobre él, son las características del propio banco las que lo vacían de contenido. Debería haber dos personas ahí, piensas al mirar la fotografía. Una media naranja no es, en ningún caso, una naranja. Eso os iba a contar. Pero ya no.
Les he pedido a mis alumnos que se escriban a sí mismos una carta de amor. Los resultados son fascinantes. Los de primero de ESO, digo; los de segundo sólo quieren quemar al mundo y a ellos mismos en un ejercicio de testeo sobre los límites impuestos por los adultos. Es un año tonto. Una demo. Pero en primero aún mantienen esa frescura infantil que les hace capaces de dibujar a dios. “Pero si nadie ha visto nunca a dios, Paula”. “Dame cinco minutos, profe, y podrán verlo”. Media sonrisa leyendo las cosas tan bonitas y tan puras que se dicen a sí mismos, sin filtro, y que no reproduciré aquí porque les he prometido que chitón. Me ampara el secreto profesional.
Me he dado cuenta de lo difícil que es el ejercicio que les he pedido cuando yo mismo, envidioso, he querido escribirme una carta de amor. Pero los adultos ya no tenemos esa capacidad. Me estaba saliendo una nota de suicidio.
A lo que iba es que a veces ellos te enseñan. A poco que les escuches con atención, con los ojos bien abiertos, te pueden dar auténticas lecciones. Leyendo las cosas tan bonitas que se dicen a sí mismos, puedes recordar quién eras a su edad e, inmediatamente después, los motivos que tienes para no necesitar a nadie. Les prometo que se es feliz sentado sólo en el banco rojo del amor. Esto no quiere decir que no apetezca tener a alguien que te elija con los ojos de la niña, lo llene y dé sentido al gran corazón. Pero, a veces, aunque no siempre, no hay mejor compañía que uno mismo.
El banco de la fotografía está realmente lleno porque una media naranja nunca será una naranja, vale; pero sí que te puedes hacer con ella un zumo entero. Con su vitamina C y todo. No hace falta más.
(Mamá, lo del suicidio era sarcasmo. Un ejercicio de retórica. Como el banco).