La posverdad tiró el jarrón
La posverdad es una mentira; una rotunda falacia que se alimenta de la duda. Que en 2016 se convirtiera en la palabra del año de la clase política generalista dice mucho y nada bueno. Sin embargo, no es en este caso el significante el que otorga existencia al significado. Tengo un primo en Extremadura, por ejemplo, que llevaba abotonando su camisa hasta la nuez, en continuidad con su larga barba, un lustro antes de que sus amigos le empezaran a llamar hipster. De igual manera, la posverdad ya existía cuando los padres llegaban a casa y el jarrón se había “roto sólo”. Nadie más que el niño se encontraba allí cuando la pelota lo derribaba y se hacía añicos contra el suelo. Mi posverdad, por tanto, no es más que una mentira cualquiera de la que sólo yo puedo estar seguro.
Lyndon Johnson fue un candidato al Congreso de los Estados Unidos que, en plena carrera electoral, le pidió a su asesor de campaña que hiciera correr el bulo de que su principal adversario fornicaba con cerdos. Su asesor tachó la idea de descabellada y le contestó que nadie iba a creerse eso. La respuesta de Johnson fue tajante: “Lo sé, pero quiero ver como lo niega”. Sembrar la duda es lo que convierte a una mentira en posverdad. Pero la etiqueta es lo de menos. Una mentira siempre es una mentira: el adversario de Johnson jamás fornicó con un cerdo. Si ahora usted está pensando que “eso nadie lo sabe realmente”, ya conoce la fuerza de una posverdad. Cuando Donald Trump dice que los medios mienten… En España, Podemos se ha convertido, entre otras muchas cosas, en una refinada fábrica de posverdades defensivas. Han tenido la capacidad de perfilar tanto el sistema, que ni siquiera tienen que empañar a sus portavoces y canales oficiales. Se sirven de sus hordas de creyentes a los que piden a través de canales soterrados (Telegram, principalmente) que siembren la duda. O, mejor dicho, ni siquiera se lo piden: un breve mensaje o un enlace es suficiente para que las redes sociales se llenen de feligreses de la posverdad para contrarrestar cualquier situación comprometida para el partido. ¿Y quién dice que no pueden llevar razón? Ay, la duda.
Los ciudadanos son rehenes de unos representantes políticos a los que ni siquiera les sirve ya la media verdad. Ahora necesitan la mentira completa, aunque haya que disfrazarla de duda. Han emponzoñado tanto el sector que los militantes y votantes han dejado de serlo. Ahora son feligreses que se posicionan por dogmas de fe. Bienaventurados los que dudan. Pero no me hagan mucho caso, todo esto que digo podría no ser más que mi posverdad.
SOBRE MÍ
En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental de mi vida fue en el que aprendí a escribir. Aquello marcó el resto.
Cuando calzaba nueve años ya golpeaba torpemente las teclas de una vieja Olivetti que mi padre conservaba en su despacho y que daría algún órgano interno por recuperar, pues se extravió en algún rincón del mundo. En ella emulaba las historias de Tintín o de Los cinco e imaginaba mis primeras aventuras.
Con los años acabé la carrera de Periodismo y logré vivir de escribir, ya sea relatando los sucesos reales que contábamos a los oyentes en la SER, en columnas de opinión de periódicos y blogs o como redactor creativo en agencias de publicidad.
Mi relato Stari Most fue premiado como finalista del Certamen Entrelibros y he publicado otro libro de relatos llamado Púgiles de tinta que se encuentra en período de reedición de cara al lanzamiento de su segunda edición.
Aquí escribo sin ataduras ni complejos, con la misma ilusión -y a menudo torpeza- que aquel niño de nueve años que aporreaba las ruidosas teclas de aquella vieja y perdida máquina de escribir.
Si en algún momento te gusta lo que lees y deseas apoyarme en mi carrera, puedes plantearte suscribirte a mi newsletter. Si lo haces, te mantendré informado de todo y tendrás acceso anticipado a los relatos que escriba.